Quisiera haber sido, con apenas la veintena, el guerrero anónimo de hace siglos, escondido entre las filas múltiples, entre los pelotones de combatientes, sabiendo que te diriges y te dirigen al Abismo. Y así, desaparecerían las turbulencias y las dudas, y abrazaría el silencio, la nada, entre gritos desgarradores y ensordecedores, en un campo de batalla que conduce a las puertas de la ausencia.
En la antesala de la madrugada, noche serena de junio, luna en esa bóveda que tanto me turba, mi espíritu vagaba entre mis sombras, hundido como iba por las calles, y sin embargo, hacía terribles esfuerzos por centrarme. Debía estar descansando, olvidándome de mi mismo, y no, las calles nocturnas me acogían unas horas, en esa lucha entre el abandono y la perdición, y el sentido del deber y el proceder adecuado.
Julia era hermosa, de ojos azul claro intenso, de sonrisa dulce, pero no ha tenido nunca ninguna oportunidad, ninguna, en sus 19 años de vida. No está en este mundo, aunque la esté mirando ahora, pero no deja de sonreír con suavidad. ¿Qué le hace sonreír? Ni un minuto para una oportunidad, ni un segundo para mostrar al universo cuán armoniosa y sensata pudo haber sido su vida. Ni un atisbo de esperanza, ni un sentido a su existencia y aún así, se empeña en mostrar dulzura y afabilidad.
Pequeñas batallas ganadas, paso a paso.Firmemente recorres las calles en una inquietud creciente, pero nadie te para, como un soldado bien entrenado, disciplinado, solo con la idea de derrotar al enemigo.