Ahora que siento el otoño, suave brisa en la tarde, ahora que me asomo a mis miserables agonías entre hojas secas marchitas, ahora, empiezo a percibir roturas varias a mi alrededor. Roturas fruto de la degeneración y hastío vital, que aparecen ante mi de manera fortuita y casual, frecuentemente, y que dan qué pensar sobre lo efímero de nuestras existencias y el camino ya recorrido.
Pero el que está roto por dentro soy yo. En la última noche, aparecía y desaparecía ante el asombro de los presentes, cual guadianesco caballero abrumado, y contemplaba en mis desapariciones, la luminosa noche de ruido y calor. En la noche buscaba el silencio, tan sencillo como eso, pero extrañamente me atraían los sonidos eléctricos de forma obvia e instintiva. Perdido y distante, sonreía para complacer, pero no entendía las sonrisas de mi alrededor.
Y en esta mañana otoñal y soleada de cálidos contornos, oí cómo me llamaban al pasear, entre mis musarañas y maloshumores. La voz era enérgica, vehemente, me nombraba repetidas veces, tantas, que no pude disimular mi natural ensimismamiento, y me dirigí hacia esa voz refunfuñando.
Amigo en la veintena, tomabas cervezas con pantalones cortos que mostraban un apósito en la rodilla derecha. Conforme me acercaba pensé en el menisco, dándome cuenta al mismo tiempo de que la mujer que estaba contigo no era la que vestía de blanco en la iglesia extremeña, quince años atrás. Menisco y matrimonio, binomio que se repite en estas etapas de mi vida, que aparecen cual equipo de trabajo indisoluble, agotados a un mismo ritmo, a un mismo compás, dispuestos a mostrar cómo el tiempo desgasta todo, puede con todo, se come lo que tenga delante, ya sea un menisco o un matrimonio. E incluso un amigo.
Como había críos alrededor no saqué el tema, saludé a la nueva pareja y directamente pregunté por el menisco, aventurándome al diagnóstico. Se sorprendió mi amigo por la cuestión meniscal, pero es que él no sabe que desde hace unos 4-5 años esta escena se repite ante mi invariablemente, y supongo que a mis contemporáneos les ocurrirá lo mismo. Mi sentido del pudor me hizo no preguntar por el matrimonio, sabiendo ya de antemano que era estéril preguntar por ello. Ya me lo contará en privado, porque de un menisco se puede hablar delante de quien sea, pero de la ex mujer y la nueva pareja es preferible la intimidad. Llego a ese entendimiento. Meniscos sí. Ex mujeres no.
Ese vestíbulo que frecuento, repleto de separados y separadas, alimenta mi curiosidad por saber quién de ellos/ ellas presenta ya degeneraciones meniscales...Están nerviosos, van bien acicalados, pendientes de una firma, de un acuerdo, de una victoria o una derrota...Suspiran temerosos de lo que haya más allá de la puerta, sin ignorar que se les presenta una nueva vida, con o sin meniscos.
Las sombras solo ofrecen dudas y temores, no me aportan soluciones. La huida tampoco da sus frutos. Analizo las tormentas y me quedan muy pocas salidas, pero son muy incompatibles con mi ser y mi esencia. Me hubiera gustado sumergirme en esa noche oscura, en esa oscuridad, para siempre, y no haber vuelto a encender las luces, nunca más. Aún no sé quién me acompañaba en la oscuridad.
En este tramo vital de continuas efemérides y aniversarios apabullantes, multitudinarios, el olor a césped recién cortado me hizo revivir nuevamente la segunda década de mi vida, y me vi subiendo los escalones en mi recorrido hacia la vida adulta, a donde nunca llegué verdaderamente. Me siento como un convidado de piedra, entre tantas palabras y recuerdos, entre tantos vistazos atrás, entre tantas imágenes perdidas, donde nunca aparezco, y si aparezco, no me reconozco.
No he respetado las reglas de este juego, y ahora todo me pasa factura. Nunca he estado preparado para este tránsito de días y noches. Eso sí, de largo, las noches, en sus albores, son lo mejor de este gordo embrollo. No me apetece que las melodías de siempre relajen mi espíritu, y me dedico a sobrellevar estos momentos de incertidumbre, hasta donde pueda aguantar. ¿Pero quién me aguanta a mi, mientras tanto?
Me hicieron pasar por el desfiladero, trampa mortal planteada por el destino, preparado todo con alevosía, pero no me arrugué y pasé con la cabeza alta. Escuché el jolgorio - el sol en lo alto- las risas y el alcohol al otro lado, pero nadie me disparó. No vi flechas en mi dirección, no escuché relinchar caballos. Incluso eché naturalidad al asunto, y realizando un ejercicio de nostalgia infinita, saludé a los indios. No tengo nada que perder. Solo por esta noche, aún soy joven, debo ser joven, me comprometo a ser joven, con meniscos indemnes y mi pareja junto a mi.
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