Ramiro pasea tranquilamente por la sala, la cual, con sus pasillos diáfanos y pulidos, parece hecha a su medida. Abre mucho sus ojos, atento a todo cuanto sucede, que suele ser muy rutinario minuto a minuto, hora tras hora, (día tras día), semana tras semana. Pero a veces, algo novedoso focaliza su atención: un grito desquiciado y desesperante, unas risas sin contenido y sin fundamento, un llanto desconsolado que se eterniza...O una visita.
Aparecen dos personas en la sala -Ella y yo -, a la que llegan desde la única puerta de entrada, y a la postre, de salida. Ramiro se sitúa siempre en una posición que le permite dominar el pasillo principal, el que acoge al nuevo visitante, el mismo que le despide. Por eso, Ramiro se percata enseguida, antes que nadie, de la llegada de esos dos intrusos, que no son del todo desconocidos. Abre aún más sus ojos, esboza una sonrisa libidinosa y empieza a tocarse. Mediante pasos ágiles y acelerados, se acerca a la Dama, a Ella, tan elegantemente trajeada, tan sofisticada, desprendiendo aromas de mujer importante, con la mirada centrada en realizar una tarea efectiva, justa y necesaria para la sociedad. Definitivamente, a Ramiro le gustan este tipo de féminas.
Se coloca justo detrás de Ella; ahora Él sonríe más y se toca de manera febril. Ella sonríe menos. Ni sonríe. La Dama se asusta, lógicamente, y su rostro se contrae de la sorpresa y del asco. Ella, igual que yo, puede oler a Ramiro, notar su respiración jadeante en ritmo impresionantemente creciente, sentir su gozo imparable e inabarcable. Ella implora ayuda, me la implora a mi indirectamente, pero yo no estoy por la labor; me hago el tonto, no necesito mucho para realizar este cometido con perfección. Quiero ver cómo se maneja Ella en esta situación, y que le entre algo más de pavor. Aguanto fríamente hasta notar preocupación en el rostro afinado de la Dama, y finalmente, tensando hasta el límite la cuerda, dejo escapar un simpaticón e informal ¡Ramiroooo!
Ramiro pega un respingo hacia atrás, sin abandonar la sonrisa lujuriosa y la postura soez, murmurando algo ininteligible...Yo sé que se retira un breve momento, que en cuestión de segundos volverá a atacar a su presa, tocándose, babeando, “soliloqueando”...disfrutando, en definitiva. Y Ella volverá a pasar miedo, a ponerse nerviosa, a implorar ayuda, que yo se la daré nuevamente tras aguantar hasta el último segundo de lo permisible.
Y lo hago, por qué no decirlo, para regodearme interiormente del sufrimiento de Ella, tan majestuosa y altiva- debo ser un cabrón psicópata-, pero también para hacer justicia testosterónica, social y poética con Ramiro, pues también los Ramiros necesitan mitigar sus necesidades, y aunque sea de manera poco ortodoxa, estoy convencido de que ve satisfecho su instinto más primitivo, saciándose simplemente acercándose a Ella. Y yo me aseguro de que no hay peligro para nadie.
Me convierto pues, dolosa y alevosamente, en una especie de Permitidor de Placeres del Oprimido, aunque sea a costa de una pizca de pavor ajeno, pavor que mantengo controlado hasta que atisbo la irrupción del horror y pánico; entonces actúo y corto la situación, de manera amistosa, como el que regaña a un perro, o a un niño que da sutilmente la lata. Ella recobra la dignidad en su expresión, respira aliviada y se aleja de Ramiro. Mira hacia atrás desconfiada hasta recorrer más de 50 metros. Él la sigue con la mirada. Y yo miro a los dos, y me conmueve la relación que mantienen. Hasta el siguiente encuentro, que será pronto.
En este universo descontrolado, estos encuentros son necesarios para apuntalar equilibrios cósmicos. Tanto precisa Ramiro de sus momentos instintivos como Ella de sus breves momentos pavorosos, y desde esa idea, refuerzo dicho equilibrio, que permitirá reconducir a cada uno a su lugar de origen natural. Ramiro volverá a su mundo sórdido y perdido, al subsuelo, al mundo oculto, y Ella volverá a su exosfera social. Como en el mundo de Wells, los Morlocks volverán al mundo subterráneo,y los habitantes de la superficie, los eloi, volverán a la tranquilidad existencial superficial.
Volverán a encontrarse, a cruzarse, a interaccionar de manera poco convencional, y yo, volveré a disfrutar de ese encuentro de dos existencias tan antagónicas, unidos únicamente por el deseo sexual del más desfavorecido, que hará sentir a la Dama, estremecimientos tan surreales que la trasladan a dimensiones desconocidas para ella, sintiendo, me temo, cierta atracción hacia ese mundo oculto y desgarrado, hacia las cloacas sociales. La Dama teme caer algún día en ese pozo. Me entran ganas de consolarla, contarle que ese temor es generalizado, y que verdaderamente todos estamos a un paso de ello...¿ Qué nos sostiene?
Ramiro tiene el Derecho Natural, no escrito, de acercarse, sin tocar, a damas elegantes, e imaginar en su enajenada mente, que ama y contacta con mujeres de manera adaptada y normal. Hay que permitírselo, ya la vida ha sido muy cruel con él.
El problema es que me encuentro a Ramiros por los pasillos de las calles, al aire libre, habitantes del subsuelo que se han escapado, o que nunca estuvieron en el subsuelo...¿No son acaso las calles Pasillos de otra Gran Estancia Subterránea? ¿Qué es el subsuelo? ¿Estoy yo en dicha estancia y no me entero aún? ¿Es Ramiro el que me vigila a mi, y se regodea de mi existencia?¿Por qué Pasillos deambulo yo, que me abruman mis sensaciones nihilistas, cotidianas y egodistónicas?¿Estoy ya en un Pasillo enorme con una única puerta de entrada y salida, y me acerco yo a Damas que me huyen?¿Espanto a criaturas a las que me acerco para aplacar mis instintos?
https://www.youtube.com/watch?v=Uqv4iXTPnPE