Aquí sentado, esperando que entre gente cuya mente vaga por otros universos, a los que se les va a quitar el vínculo más certero para sobrevivir en este entramado de intereses y caminos que llamamos sociedad. Y yo presenciaré ello, distante y fríamente, intentando permanecer hierático, tratando de disimular mi pavor.
Los oiré divagar y hablar de sus demonios y destemplanzas, los veré dormirse y ausentarse, los veré saltar y abrir los ojos de sorpresa. Estarán pero no serán.
Gritarán, enmudecerán, mientras documentos entran y salen, y firmas y fechas se amontonan. ¿Qué más da si estamos en 2015 o en 1919? ¿Qué más da tener 30, 40 o 70 años?
Algunos se despiden afectuosamente, te dan la mano y marchan satisfechos. Otros no han salido de sí mismos y no han articulado palabras, y con el silencio con el que entraron, se van.
Ella sonríe a su marido, le gusta oírle hablar, le sonríe sin parar, le quita las pelusas a la chaqueta de su marido con esmero, le mira con ternura. Luego me mira, me sonríe, asiente sonriendo a todo, no quiere molestar...¿en qué piensa?¿dónde estará? Se despide diciéndome "hasta otro día que nos veamos por ahí", y no deja de esbozar su agradable sonrisa.
Y yo me pregunto qué vale la pena en esta vida y qué no, dónde está el término medio y cuál es el sentido de una larga existencia. La respuesta la encuentro en los acompañantes. Amor, lágrimas, compasión. Vida. Ya han sido, pero por encima de papeles y firmas, en el corazón de muchas personas, siempre serán.