Si seguimos hablando de esto de envejecer, mi amor, voy a terminar con el ánimo muy por los suelos. Prefiero cantarte temas dulces en tu oído, quizás lo único que sé hacer bien; cada vez siento mis himnos vitales más lejanos, más extraños, más apagados.
Inadaptado. Hoy, nuevamente, tengo que vivir. He de levantarme y vivir. Inadaptado desde mis recuerdos menos pueriles. Inadaptado desde que viraron mi voz y mi visión del mundo hacia la gravedad existencial. Inadaptado para vivir y hacer frente a todo cuanto va llegando. Inadaptado desde que entendí este abismo y absurdo, comprendiendo que no había salida. Me reafirmo consecuentemente ante mi frase favorita en relación a la idea del abandono provocado por Sífiso: Las líneas suaves de esas colinas y la mano del crepúsculo sobre este corazón agitado me enseñan mucho más.
Se trata de una inadaptación global y parcial, física y psíquica, virtual y real, social e individual, de iniciativas y de ejecuciones; en el amor y en el odio, en la vida y en la muerte. Solo la huida, la conducta evitativa, cargando una guitarra con una vieja púa dentro perenne, me permite seguir avanzando hacia no sé qué horizonte. Púa cuya razón de ser se circunscribe al elemento que la ha engullido sin el más mínimo respeto, sin poder dar el uso apropiado por el cual existe. ¿Qué significado puede tener esta pequeña púa encerrada en mi guitarra? Yo mismo soy esa púa atrapado en la voracidad de esta vida. Yo soy esa púa que se ahoga entre la madera y las cuerdas, sin poder salir al exterior y disfrutar de su esencia más pura, hacer sonar con pasión las cuerdas. ¿A dónde irán mis himnos en breve, mi amor?¿Por qué yo no pude ser la estrella más grande y brillante en tu cielo nocturno?
Mi vida consiste en tratar de disimular esa inadaptación, disimulo que supongo y adivino no será muy eficaz, y la mayoría del personal que me rodea, contemplará y contempla mi falta de recursos y torpezas rutinarias, pero vislumbrando el caos ordenado en mis palabras y gestos. Todo es una ilusión, la de ellos y la mía.
Subiendo por mi rampa favorita mientras contemplo la amplitud de la mañana, ¡oh cielos infinitos de tonalidades claras!, donde inicio la batalla del día, caminando templadamente contra el aire frio, no esperaba encontrarte. Al girar la esquina en ese suave ascenso donde ya voy tarareando melodías imposibles, nos asustamos tanto tú como yo. Inesperadamente enfrentados, con el viento gélido, más gélido que nunca entre nosotros.
La que reaccionó menos naturalmente fuiste tú; yo resoplé, apesadumbrado como iba, y apenas reparé en ti. Tú, nerviosa, diste un giro de 180 grados absurdo, mirándome de soslayo al terminar el mismo. Yo pasé de largo. Hace tiempo que pasé de largo de ti, porque cuando fuimos conscientemente extraños en esa lluvia de invierno, no hubo manera de arrinconar nuestros espíritus hacia un lugar acogedor para ambos. Ya no hay tiempo para nosotros, y esa rampa de la mañana fría, ese giro impulsivo tuyo, y esa desidia mía, han testimoniado el desencuentro definitivo. Nunca un saludo. Nunca un gesto. Nunca un agradecimiento. Pero sé que tú recordaste la lluvia en tu rostro de lágrimas, y cómo yo te cobijé entre mis sentimientos. Me extrañó tu sobresalto, y tu acción tan antinatural, eso sí. Ya no me dolió. Ahora me duelen otras cosas.
¿Qué me hace querer volver al pasado? Nada. ¿Cuál es el motivo por el que tropas de antiguos aliados me envían esos aires cargados de anhelos conciliadores? Continuas torturas en forma de mensajes vacíos de sensaciones, para mí, me invaden hasta el punto de querer silenciar por siempre la vía de comunicación conjunta que tenemos; no abandonarlas, silenciarlas, porque algo me retiene, y creo que es un oscuro y lejano deseo de re encuentro que no tengo el valor de reconocer. Repasando la larga lista, reparé en que ahí estabas tú, la gran amiga de Pilatos, de quien huí para siempre hace ya muchos años.¿Qué haría si te encontrara frente a mí, después de escribir ardientemente bajo una buganvilla, y de oler a dama de noche entre suspiros y líneas de amor? ¿Y cómo reaccionarías tú?
Si no perteneces de manera pura y absoluta a ninguna generación, como es mi caso, lo mejor es pasar de puntillas por el desfiladero de las efemérides y recuerdos. Si no has abrazado desde primera hora esos espíritus adolescentes, y has sentido su calor, no merece la pena volver a entrar en esta nebulosa de vivencias ya borradas, por su falta de sabor y matices actuales. Lo que ya viví años atrás no volveré a sentirlo nunca más en el presente, aunque volvamos a recrear artificialmente viejas escenas. Prefiero dejarlo todo en ese rincón de la memoria, junto a los momentos que acumulé de aquellos entonces, y no removerlos nunca más.
Así que, decidido a terminar pronto con tanta nostalgia y melancolía (siempre la maldita melancolía), encendí con furia creciente el amplificador de mis desganas y destemplanzas, y realicé, ahora lo sé, una de mis últimas actuaciones, en directo. Afinación heterodoxa exitosa, mostrando un nuevo camino de dirigirme a mis seguidores, anillando dedos de manera sorpresiva incluso para mi.
Ahí enfrente estaba mi público, tan extático como siempre, tan jubiloso como nunca, tan ausente como acostumbra. Y me pedían canciones y más canciones, viejas y nuevas, estando yo con un estado de ánimo adecuado, positivo, pues no hay nada más estimulante para alzar la voz y desgarrarla ante ellos, o ante nadie, que sentir nostalgia infinita, junto con rabia.
De esta manera, ofrecí una de mis mejores actuaciones, o por lo menos, eso leí en las transparentes por invisibles crónicas, tan favorables y esperanzadoras como acostumbran. Me tratan bien esos cabrones, incluso con indiferencia cuando quieren. Mi voz sonó atormentada, mi guitarra estuvo ajustada en la zona dulcemente pesada, y no quise durante las dos horas de comunión con mis estimados seguidores, contemplar si existía una luz de esperanza social en mi devenir. Yo me debía a mi público, garantía inequívoca de mi triunfo popular, y solo contemplaba el horizonte de enfrente, donde un sinfín de cabezas humanas miraban absortos mi ensoñación cantada. Y mi cabeza no giró hacia atrás nunca, harto de mensajes que nunca que van dirigidos a mi.
No pude reprimirme, y finalicé la jornada musical destrozando la guitarra, en un acto que venía persiguiendo desde hace muchos años; la simbología del nuevo amuleto digital me aportó el ánimo que precisaba; comprobé que destrozar la guitarra amada me calma, me desahoga, y que como también era su deseo, no hubo remordimiento alguno.
Con su púa dentro tambaleándose a un lado y a otro mientras los golpes se multiplicaban, la aniquilación fue un éxito para todos. Justo cuando conseguí romper la piel de madera que la envolvía, salió despedida íntegra e indemne la púa, liberándola. La cogí con cariño, la contemplé por última vez, y la arrojé a la masa enfervorizada, contemplativo yo ante su reacción, enfurecidos ellos, al igual que inadaptados, mostrando demasiado interés en apropiarse de lo lanzado, como si ello ofreciera una solución a la soledad que todos sentimos esta noche.
Mis actuaciones sirven para liberarme, así como para liberar a la púa de esa prisión; nosotros mismos nos hemos creado esa prisión, y ya en los camerinos, sudoroso y jadeante, me vuelvo a dar cuenta de que hay otros métodos para conseguir la libertad, para liberar púas de su prisión encordada, para encontrar otros caminos, a pesar de los cambios que hemos sufrido todos.
Aún soy ese frágil y suave trozo triangular de plástico, atrapado en la oscuridad; este sitio huele a madera y al mirar hacia arriba, solo contemplo una circunferencia de finos contornos atravesada por seis cuerdas paralelas; mantengo la sensación angustiosa de no poder salir, mientras ahí fuera alguien canta y hace mover los cordajes de manera armoniosa.