12 Dec
12Dec

El ordenador me acaba de pedir la clave para acceder a mis dominios virtuales. Y yo, alejándome de mí mismo, he pulsado la opción cambiar de usuario, adormecido como ando. Y me he quedado pensando, si ha sido un movimiento consciente o inconsciente. O ambas cosas a la vez, no tienen por qué ser excluyentes. Pueden ser perfectamente complementarios, sinérgicos en cuanto a su sin sentido. ¿Qué motiva más mis conductas, lo consciente o lo inconsciente?


Alargando aún más los días que hace año y medio, que ya es difícil, echando la vista atrás, no puedo sino contemplar una tierra quemada y devastada, por mí mismo, cual Atila in the jungle. Y todos los recuerdos que aparecen en esta tarde nublada de diciembre, son sombríos y pesarosos. Versan sobre las peripecias de un don nadie (me gusta conservar el don incluso en la amargura), cuya sonrisa dejó de esbozarse con el paso de los años, cuando se acumularon las vivencias necesarias, alcanzando a comprender, a pesar de su patético intelecto, la realidad de su existencia, el significado de su yo, su limitado potencial y sus interacciones sociales deficitarias.


Ojalá pudiera cambiar de usuario, tranquilamente, y empezar una nueva existencia, aunque fuera virtual. Pero no es tan fácil. Mejor dicho, es imposible. Yo soy yo, y no tengo escapatoria, incluso virtualmente. Todos mis defectos, todas mis tendencias, todas mis pulsiones terminarían apareciendo como han aparecido, y de qué manera, en la vida física. Mi mediocridad me engulle y me hace ser aún más cínico y receloso que nunca. No obstante, ahora que lo veo todo perdido, ¡oh fatalismo perenne!, alcanzo cierta paz interior, merced a mi inoperancia y mis miedos. Lo contemplo todo, desde mi esquina, desde la mesa de la esquina, indiferente, ahora sí, a todo.
Hay circulando una serie de elementillos endógenos cerebrales que hacen, si ingieres aditivos externos, que te encabrones de manera habitual. Y hay sustancias exógenas, como la cafeína, que cuando la ingieres en demasía te hacen perder el control, interaccionando precisamente con esos elementillos, creando un cóctel peligroso que incrementa la impulsividad, la agresividad también, por qué no decirlo, y modificando la perspectiva global que nos envuelve.


Me gustaría crear otro Yo- mejor otro yo-, en una dimensión virtual, y observar desde la sombra digital cómo surgen mis ensoñaciones improductivas, y cómo reaccionaría socialmente, como por ejemplo cuando una mujer golpeara mi coche con el suyo por atrás; “por los tacones”, me explicaría con el consiguiente bocadillo colocado superiormente a ella. ¿Sería yo tan gilipollas como en la vida real? Mi estupidez tendría tal inercia que mi personaje digital repetiría mis fallos mediante un algoritmo infinitesimal, aportando un nuevo significado al refrán el “hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra”; ya habría que re escribirlo hacia el hombre es el único animal que incluso en su versión 2.0 también tropieza dos veces con la misma piedra. No se puede salir de esa inercia, de ese bucle, de ese yo. Supone una ilusión creer que en la huida, en la conducta evitativa, ya sea en vida real o en un CPU, vamos a conseguir distanciarnos del yo, escapar de ese yo.


También existen otros materiales adictivos, visuales, de esos que da vergüenza reconocer en público, que igualmente que la cafeína, interaccionan con esos elementillos cerebrales, y vuelven a generar situaciones de riesgo conductual. La adicción como forma de vida implica una reiteración, una habitualidad, un abandono de otras tareas para perderse en el abismo de otras...A nivel cerebral eres otro, y ocasiona asimismo variantes en lo físico paulatinamente, sin que te des cuenta. Este material visual ha ido teniendo cada vez más protagonismo en los últimos meses, en una espiral peligrosa, in crescendo, que ha corrido paralela a la espiral de la cafeína; ambas espirales se fusionaron finalmente en una, donde aparecían todo tipo de desajustes, hasta que levanté el pie del acelerador de este bólido absurdo con el que me iba a autodestruir.


(Ya voy camino de las 700 palabras. Desde que he participado en concursos de relatos, me fijo en cuántas palabras llevo. Más de 1000 palabras empieza a ser muy extensa la cosa.) Me apasionaría, como iba diciendo, seguir a mi alter ego en el ordenador, observando con pesar el surgimiento de mis características ensoñaciones improductivas. Es decir, sería interesante analizar cómo en un programa de realidad virtual, mi otro yo expresara de manera analógica las ensoñaciones propias de mi carácter.
También me apasionaría el que mi alter ego virtual se interesara por el mundo físico, se preguntara por su sentido y por cuál es la autenticidad de todo, de ambos mundos; y de esta manera, fuera cobrando cada vez mayor individualidad, para intentar ingresar en el mundo real, harto de sí mismo, y creyendo de manera infantil que en la vida real su yo iba a verse mejorado, y que ese mundo es más interesante. No hagas eso, imbécil, que es peor, es un yo más penoso, y la vida aquí...Pues no sé qué decir. ¿Cómo podría hacer ver a mi otro yo, el analógico, que el auténtico, el que escribe, es hartamente defectuoso? ¿Cómo sé que soy yo, el yo físico, el que escribe de veras? ¿Hay alguien por encima de mí? ¿Y mi libre albedrío?

Me supe dar cuenta de ello a tiempo, pero a base de palos y de meteduras de pata. He bajado los niveles de cafeína notoriamente, así como los otros materiales adictivos vergonzosos, y en el plazo de un mes, me siento mejor y más pausado. Lo mantengo; hay días en que me apetece abusar del café como antaño, pero me he sentido fuerte en mi postura; también hay días donde lo visualmente adictivo me reclama desde mis profundidades (de profundis), notando ese craving revolucionando mis anhelos. He conseguido una sosegada abstinencia, perdiendo fiereza y testosterona. Lo que no pierdo es la estéril tendencia al ensimismamiento, nutriéndome de unas ensoñaciones, improductivas a todas luces menos para las mías. Ellas son las causantes de mis gilipolleces y mi abstracción, es lo único que quisiera haber perdido al mitigar mis dependencias. Pero no, me acompañan siempre. . Son ciertamente mi auténtica adicción, y aún no sé afrontar estrategias para esquivarlas. Me acorralan en cuanto estoy distraído. Soy como Marius paseando por los jardines del Luxemburgo, soñando con Cosette.


En mi hipotética observación de un Yo analógico, en ese mundo de pixeles, igual encontraría huecos para escribir estúpidos relatos que nadie lee. Y es que hablando de los concursos de relatos en los que he participado, todo ha ocurrido en ese mundo virtual precisamente. Es decir, yo he participado como un yo virtual, y mi forma de contactar ha sido desde un alter ego no real. Pero la creación ha sido desde el mundo físico. La beata Esperanza, tan yoísta y petulante, conformaba un pixel inaguantable que me quemaba, así que me tuve que apartar ferozmente de ella trepando la Verja de la Infancia, superando además el hecho de quedarme enganchado en sus hierros por culpa de mis dos anillos. Fue una proeza. La Proeza. Pero lo conseguíEstaba atrapado en ese mundo de pixeles, donde las interacciones eran y son vanas, falsas, tediosas y absurdas. Tuve que salir de ese mundo, donde sin querer, ya vivía, ya había adquirido patrones de conducta, ya me había habituado a ese roce, a ese contacto. Había ido olvidando el contacto físico, el sabor del auténtico toque humano. Craso error. No eran dos entes virtuales los que conectaban. La dirección de las notificaciones era desde una persona física hacia una digital, pues yo siempre he estado parapetado en ropajes digitales. Y así no funciona el ser humano.


Me hizo darme cuenta de que la interacción verídica y sana solo se puede realizar saliendo de la caverna tecnológica, respirando uno al lado del otro, y mirando a los ojos. La otra interacción es otra forma de ensoñación, te corroe el alma, alimenta el egoísmo y el egotismo, y te aparta de la naturaleza humana. Se vuelve adictiva. He hecho desaparecer el salto comunicativo desde el mundo real al digital, y al revés. Me siento más libre, más auténtico, y desde luego, al mejorar en mis hábitos -mis conductas adictivas, tanto el café como lo visual-, he logrado un plus de bienestar, dentro de mi mediocre existencia. Solo mantengo contacto con lo real, con la vida de delante, de al lado y de detrás de mí. No más pixeles, no más narcisas hablando de sí mismas, no más trampas en las que caer. Mi tiempo me ha costado lograr este aprendizaje.


Me di cuenta, por consiguiente, de que lo adictivo iba más allá de la cafeína y de la deplorable colección de imágenes en movimiento; estaba en mis conductas en las redes sociales, oh universo inexistente, repleto de narcisos y narcisas, falso, donde yo también practicaba esa falsedad hasta el punto de perder mi esencia y mi veraz presencia, por muy patéticas que sean. Todos queríamos salir siempre en la foto, todos estábamos pendientes de los likes y polladas lamentables...Una bola de nieve que iba creciendo y creciendo, originando una situación de dependencia de la que había que salir. Fuck Off, Mrs. Hope, Fuck Off, paradigma del egotismo; quédate para siempre con tu desesperanzada vida de solterona beatona; y que nadie dude por favor de lo fermosa que eres y del talento que tienes. Ya te encargarás tú de recordarlo a tu gente.


El mundo virtual me ha hecho daño. Me ha hecho más daño que el exceso de café y las indecentes visualizaciones referidas. Me quedo aquí, en este terreno sólido donde piso con firmeza, a pesar de tener que convivir con mis ensoñaciones. Me siento ahora tan puro como el oleaje de mar embravecida de mis anhelados paseos costeros, sintiendo el azul cielo y el azul mar penetrar en mí a través de todos mis sentidos, fusionándose en un horizonte, un mismo horizonte por fin, auténtico; no pienso fotografiarlo para subir la imagen a ningún lado.

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