17 Oct
17Oct

A punto como estaba de entrar con mi coche en la máquina de lavado, me fijé en la espera en el coche de atrás, un Opel Kadett que conducía una persona que se movía mucho en el asiento del conductor. Se movía, esperando también su turno, porque hacía carantoñas a la hija, que iba en el asiento del copiloto. Mirando por el retrovisor central, reconocí el rostro de inmediato. Vivía en mi barrio, y solía verlo siempre entrando en locales cercanos, locales desmantelados que él, junto con otros socios, intentaba sacar a flote a través de un supuesto negocio. Siempre lo he visto en esa tesitura; aspecto crónico de pijo recalcitrante, de local en local, hablando sin parar por el móvil y rodeado de muchos hijos. Un pijo en un Opel Kadett.

En mi tierra, se ha acuñado el concepto por parte de rancios fariseos, de Nuevo Rico. La idea conceptual radica en que son personas que de la noche a la mañana, grosso modo, han pasado de ser unos don nadie en su ciudad, a ser gente adinerada a la que envidiar y adular a un mismo tiempo. Se fundamenta en que personas de clase social normal, o baja, a través de un golpe de suerte (eufemismo de años de trabajo y constancia), ascienden en su estatus merced a la fortuna creada, normalmente a través de negocios. Y ese ascenso lleva implícito la aparición en la escena cotidiana de la urbe, actos importantes, fiestas mayores, celebraciones, días grandes y similares. Hay gente que no puede evitar la envidia, y arremete con este vocablo despectivamente; pero no solo las clases pudientes habituales hacen uso del término de manera peyorativa, las clases medias también lo emplean con maldad y acritud. Es curioso como se unen dos clases sociales normalmente antagónicas a la hora de despreciar a esta nueva clase social, desde una oculta admiración, y desde una pública tirria.

Y es que mi tierra es especialita en esto de querer ser alguien en la sociedad. Ejemplo paradigmático de ello son los aparentadores, personajes de clase media baja, que a través del ropaje, colegios y coches quieren mostrar a la humanidad que tienen más dinero del que poseen en realidad. De esta manera, visten ropas de marca compradas en tiendas Stock a las que acuden en masa, llevan a sus niños a colegios concertados aunque estén en la otra punta de la ciudad (métete en uno privado, valiente), de uniforme of course, y recientemente, utilizan vehículos de alta gama a través del Renting (aquí el del Opel no estuvo avispado), con tal de que todo el mundo contemple su formidable Audi Q3 blanco resplandeciente. Se trata de simular ser alguien, de aparentar más de lo que se supone que eres. Mi ciudad está llena de ellos. Son precisamente ellos los que más utilizan el término tieso cuando alguien de más preparación e instrucción no se muestra públicamente derrochando dinero: no invita a la caterva de gorrones de rigor que así lo espera por haber sacado el primero la cartera,  o pretende pagar cuando va en grupo lo estrictamente consumido por él, no los gin tonics que se ha pedido el más listo del grupo  ("es un tieso").

Conociendo por tanto el concepto de Nuevo Rico y de Tieso, y volviendo a la escena inicial, cuando yo estaba a punto de entrar en el túnel de lavado y el pijo en el Kadett, se me ocurrió un término para englobar a estos personajes que pululan por mi ciudad. Son los Nuevos Tiesos. ¿Qué es un Nuevo Tieso? Mi idea, desde mi experiencia, se basa en que existen hijos de familias habitualmente ricachonas años ha, con tierras, locales, y varios negocios, que a través de generaciones, crisis económicas, malas gestiones y demás, han venido bastante a menos. El aspecto externo no lo pierden, no, es el de maridos morenos casados con rubias guapas, con hijos y nietos rubillos, de esos que en enero, con 2 grados a las 8.00 de la mañana, llevan pantaloncillos cortos. Lo que sí han perdido esos hijos, han sido posesiones y fortunas, pero ellos, si no se dedican a otras historias, prefieren centrar sus profesiones en los negocios, autoproclamándose emprendedores, y van realizando negocietes cutrérrimos, con otros socios de similar condición, como modus vivendi. Pero algo ha cambiado en su jerarquía social, no hay más que fijarse en los detalles.

Por mucho que tenga el aspecto de niño rico guapo bonito rubito que veranea en el Puerto de Santa María, no puedes conducir un Opel Kadett sin que uno se sobresalte al verte. Ni llevar a los niños a un colegio público, qué horror, con la de piojos que tiene que haber. Ni vivir en un barrio normal, de clase media. Ni comprar en las tiendas de barrio, por Dios bendito, con la calidad que tiene el Corte Inglés. Ni dejar el coche en la calle, al albur de los cafres, a ver si papi le regala una plaza de parking

El Nuevo Tieso pulula por la ciudad con los ojos exorbitados buscando locales a los que acometer empresarialmente. Me he ido fijando en el tipo de negocios que suelen llevar a cabo. Entiendo que varios socios compran locales pequeños, no demasiado caros por la ubicación y el aspecto,  y los van alquilando para usos variopintos. La vida media de esos alquileres no llega a los dos años, suponiendo negocios que nunca llegan a buen puerto, además de pasar mucho tiempo sin que nadie haga uso de esos locales queriendo alquilarlos. Pero son muy emprendedores, y te los cruzas por el barrio con sus pantalones rojos o amarillos, sus hijos rubillos alrededor, y hablando por el móvil sobre cifras económicas y oportunidades.

El otro día estuve en medio de una refriega con un Nuevo Tieso. Un local suyo que alquilaba a unas personas con un negocio de piezas de recambio de coches, tuvo una fuga de agua, y creyeron que el origen de la fuga venía de tuberías de mi propiedad. Fue interesante el conflicto, porque puso en medio de la batalla a varias clases sociales; la mía, que aún no sé cuál es, la de los canis del negocio de piezas, la del Nuevo Tieso, y la del presidente de la Comunidad (aparentador). Cuando se demostró que yo no tenía nada que ver en el asunto, me fui con mi clase social a cuestas, y me desentendí, pero las 24 horas que tuve contacto con ellos, fueron muy enriquecedoras desde todos los puntos de vista.

Los canis aparecían sin educación ninguna, llenos de tatuajes, iracundos porque el local se inundaba, y buscaban que alguien del seguro mío viniera de inmediato a arreglarlo. El Nuevo Tieso era educado, se atusaba el escaso flequillo rubio que poseía una y otra vez, y hablaba más por el móvil que con nosotros. El aparentador llegó a aparecer con vestuarios imposibles incluso a la una de la madrugada, cuando se desató todo, y mostraba un manifiesto desprecio hacia los canis (va en su decálogo), y un aprecio notorio hacia el Nuevo Tieso (porque desconoce mi concepto). Hacia mi persona, indiferencia, la mejor de la sensaciones que puede despertar un ser humano.

En fin, vaya mi más sincera indiferencia consecuente hacia el Nuevo Tieso, subgrupo social novedoso y rico en detalles para el observador, herederos de una dinastía que pierde poder y asiento en la societé, pero cuyo instinto y dignidad generan conductas y poses de la vieja escuela pija. Atúsense el flequillo.

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