05 Nov
05Nov

Fugaz añoranza entre el abeto y la luna de febrero. Cuán extraña sensación me atribuló hace apenas una hora, bajo el abeto con sus escalonadas ramas, el cielo azul de la tarde serena y la luna incipiente de un febrero que una vez iniciado ya agoniza para dejar pasar por fin a la tibieza de marzo; su tibieza la siento mientras escribo al aspirar la suave brisa que la precede, entrando en mí la intimidad del albor de la tarde.

Cuán extraños sentimientos volvieron a mí, en un recuerdo fugaz, al verte de perfil en nuestro encuentro; dos existencias otoñales divergentes, como tú y yo, caminando distantes apenas separados dos metros uno del otro, y sin dirigirnos una mirada. 

Cuando estábamos en la primavera física y espiritual de nuestras vidas, esplendor perenne de noches eternas de inmortalidad efímera, te acercaste a mí en la casa de enfrente y me abrazaste mientras sonreías tímidamente; yo me preguntaba qué es lo que estaba pasando sin imaginar que quedarías para siempre en mi memoria, y que pasado mucho tiempo, a través de un ágil salto temporal hasta el mismísimo hoy, me invadiría una feroz añoranza al contemplarte desde la extraña inmediatez de mi presente. Te vas para no volver, primavera dorada, pero vuelves como imágenes insolentes cargadas de matices dolorosos o como sonidos que me transportan a sedestaciones inversas de azahar gozoso

 


De esa noche perdida en mis recuerdos, no sé en los tuyos, a esta tarde, he aprehendido muchas lunas y muchos soles; demasiadas estrellas ya en mis bóvedas nocturnas, muchas tempestades y muchos naufragios en atardeceres apocalípticos, pianos lejanos de abril con palmeras de fondo sosteniendo gritos de la muchedumbre, carreras por rampas de infinita soledad, rabia sin consuelo. ¡Oh frágil otoño adelantado, que arrojas ante mí la verdad de la existencia!

Se nos fue la primavera a ti y a mí, se nos nuestro secreto, nuestro entorno de misterio y complicidad, se nos fue por siempre el pequeño mundo creado por un momento en la casa de enfrente, que quedó en nada, en juegos de la edad, en besos nunca dados, en miradas nunca encontradas... ¿Cómo sabes cuándo puedes besarla? No debe haber nada más hermoso que lo que nunca he tenido, anhelando por siempre ser el que nunca fui y siempre imaginé. Tu abrazo no está entre estas circunstancias porque sucedió, así que tu cabeza en mi hombro fue la antesala del posterior abandono, si mal no recuerdo.

De perfil, a dos escasos metros en una tarde cualquiera de febrero y a años luz de separación emocional eterna de dos existencias cualesquiera. Pudo ser pero no fue y solo es recuerdo, triste melancolía de un febrero frío y cargado de imágenes nítidas de tu mirar claro.

Por eso me quedo suspendido en un re suave y fluctuante en su ritmo, jugando con mi tercer dedo y haciendo intermitencias con el cuarto para hacer retener estas sensaciones presentes y de esta manera no olvidar la tarde fresca dónde tu cabello oscuro salpicaba mi rostro cual destemplado oleaje adolescente.

Mantengo este re infinito, no queriendo pasar al do, pues siempre he necesitado paciencia y de hecho aún la invoco, últimamente más de lo habitual, refugiándome en un concepto de Paciencia mayúsculo y elevado que va marcando los pasos de mi devenir. Y la paciencia se inicia desde el do, aunque estar en el re es más cómodo y apacible, y me permite descansar.

Y no había un finalizado un giro diurno completo cuando me choqué de bruces, esta vez contigo. ¿Qué extraña maldición me acorrala tras cada esquina, tras cada suspiro, tras cada aliento?¿Por qué aparecéis con tanta frecuencia en las últimas fechas? 

Es un laberinto sin salida, de añoranzas de amores perdidos, de besos nunca dados...¿Cómo estabas tú ahí, esta mañana, con tu forma de llamarme, nombrarme y mirarme, después de mi huida?

Salto de casilla en casilla en este terrible juego de mesa de encuentros fortuitos, con corazones en su momento aliados pero que por mor de mis contradictorios afectos, no supe o no quise conquistar, con el camino allanado; colgando mi guitarra en la espalda y huyendo de todo, cuál Ladidel ofuscado. 

Cada vez que creo salir de la casilla que el día me ha destinado a vivenciar a través de tus ojos, llego a una nueva casilla con una estación fría y angosta de elevados muros, dónde desciende de un tren del pasado otro corazón no conquistado, que me aborda con la espontaneidad de lo casual, que me pregunta, que me insta a responder por qué, a justificarme por mis conductas, por mis desapegos emocionales...

 Me hace daño rememorar estos amores frustrados por mí, ante mi indolencia amorosa, y que ahora, con el tiempo transcurrido, me hacen inquietarme por esas conductas; necesito instalarme en este re antes de sentarme en las escaleras a esperarte, cuando siento que desciendes por ellas, bajas tú y sin hablar entiendes que necesito hablarte; me saludas y respetas mi silencio sabiendo que me he quedado en ese re de mi adolescencia del que no quiero salir nunca, pues desde este Re contemplo todo sin obligaciones. Como haga sonar el do estoy perdido, ahora sí que estoy perdido...Fue en el pasado cuando debí abandonar el re de la comodidad y la contemplación y haber ido hacia todos esos corazones preguntándose cuando iban a ser acometidos.

Camino esta mañana húmeda no despierto aún del todo, y me fijo en las hojas mojadas que voy pisando, sintiendo el frío y el viento, añorando mi pasado tal como sucedió y tal como he imaginado en muchas ocasiones, puliendo pequeños detalles...Hojas empapadas de un marrón desolador zapateo sin parar, en este agrio paseo matutino, como si pisara para siempre mi pasado, cada hoja un recuerdo, un impulso, un nunca volverás.

Comentarios
* No se publicará la dirección de correo electrónico en el sitio web.
ESTE SITIO FUE CONSTRUIDO USANDO