Cae la tarde de verano, y el calor noquea mis sentidos, aún en la juventud de mis pasiones. Celeste infinito surcado espinosamente por ramajes verdes, presentándose ante mí, vacío y exhausto, un horizonte de horas, nada más que de unas horas, donde el resplandor de mi humilde eternidad me aboca al desvarío. Y lo recuerdo como lo que ahora es, un recuerdo, pero lo aspiro en un confuso presente.
Dando vueltas a mis cadencias instintivas, deshice mi recorrido moral y me turbé ante ti, invocándote sin tapujos ni rodeos. Tu voz alejada, al otro lado, sonó como una suave melodía protectora. No hubo dudas, no hubo tormentos, el fuego me quemaba, y eso a pesar de que las coartadas apenas se podían sostener. Por no poseer, no poseía ni libertad, pues estaba encerrado y preso en mis ardientes incógnitas. Me daba todo igual: (ahora) eras mía.
El tiempo, el impasible devenir de su ritmo más bien, pudo conmigo, y de repente, el fuego no me quemaba, habiendo por fin culminado el habitual desahogo protocolario. Ya no existía incendio alguno, olisqueando consecuentemente el peligro y el advenimiento de lo irracional de mis pulsiones. En ese momento, apareciste tú, sedienta de mí, poseyéndote yo, y urdiendo estrategias de evasión inminente, templé mi espíritu encaminándolo hacia una resolución juiciosa. No hiciste gala precisamente de un cariño a la prudencia o al silencio, más bien al contrario, con lo que, pienso ahora alarmado, se universalizó la catástrofe.
Dos besos, varias palabras amables, y por delante, los tres salvoconductos acordados, que resultaron apaciguadores. Con la velocidad propia del que se sabe en riesgo inmediato, te trasladé lejos del potencial campo de acción de nadie, mientras me explicabas historias laborales en islas lejanas, que me impresionaban como pasajes cotidianos y costumbristas, populares, adaptados. Me ofrecías una conversación maravillosamente natural, y yo acogía tus acometidas con una muy digna displicencia, como si lo cotidiano fuera esto...Otros dos besos y hasta siempre, suplicando tú otra aparición en tu mundo por mi parte...Hasta nunca.
De regreso, borré las huellas de mis emociones fulgurosas; el vidrio fue lanzado hacia las hogueras de las cavernas eternas, expiando yo mi existencia y necesidades...Y seguí con mi rutina, mientras algo en mi cabeza se preguntaba si lo realizado fue un crimen pasional, una estupidez de adolescencia tardía- personalidad nunca desarrollada-, o el inicio de senderos belicosos autodestructivos.
Me gusta pensar que hubo poesía entre tú y yo, en esos momentos compartidos, de miedo y fuego. Me gusta pensar que las palabras intercambiadas fueron lanzadas con la intención de crear una atmósfera de belleza efímera, y que tú eras consciente de ello. Porque yo no lo era. Yo estoy siendo consciente ahora, con la repetición incesante de la misma melodía silenciosa, evocadora de los errores del pasado; en la espesura de ese silencio perturbador, y a través de la perspectiva del curso de sucesión de lunas, se me permiten reflexiones en el sentido de percibir lo vivido como algo apropiado para mi biografía.
Tras hacerla desaparecer, todo parecía seguir su curso normal, incluso mi dimensión moral y de rectitud aparente no se vio perjudicada. ¿Soy un ser despreciable?...No hubo arrepentimientos ni atascos reflexivos ni caminos arduos por recorrer; hubo un gran suspiro de alivio y esbozos de sonrisa ante la falta de previsión por mi parte y la sensación que ello me provocó. Pero nada más. No volví a pensar en ello, se me olvidó al momento.
Desde esa misma inclinación panorámica, coincido con lo que el retórico de Rodas anhelaba al respecto de su muerte. Yo también preferiría un asesinato de inmediato, súbito y vertiginoso...Un crimen por resolver y un fervor por asimilar, asomándome a las sombras de la nada desde el lirismo mediterráneo, sin miedo, a pecho descubierto, como si la valentía y la fiereza estuvieran perennes en mí.