18 Dec
18Dec

Era temprano, y antes de ponerme a faenar, decidí ir al servicio, pues me lo reclamaba mi región vesical. No eran ni las 8.30 de la mañana. Apenas había nadie en los vestíbulos y pasillos comunes de nuestro centro laboral, por donde flotaba una semioscuridad entre relajante y tenebrosa. Una vez me hallaba en plena tarea evacuadora, de pie, alguien entró precipitadamente en el servicio contiguo, el de mujeres. Dan el uno con el otro, pared contra pared en lo que a ubicaciones más íntimas se refiere. A pesar de esta cercanía, nunca he oído demasiados sonidos comprometedores más allá de lo habitual. Y es que a todos nos puede pasar que una vez nos relajamos en el baño, porque ahí se relajan las mentes y los esfínteres, perdamos el control sobre partes concretas del cuerpo que pueden vibrar, y en ocasiones, sonar. El cuerpo relajado toma el mando en ocasiones, ante el despiste de la mente.


Como digo, estaba yo de pie en mi tarea, escuchando tranquilamente cómo una fémina desconocida, aunque dentro del grupo de supuestas compañeras, subía con cierta intranquilidad la tapa del váter y anclaba sus posaderas. Se escuchaba con claridad cada paso dado. Yo me sacudía mi cosita, finalizando mi cometido, cuando en el momento justamente posterior al posicionamiento glúteo de mi compi (pared con pared, recuerden), se escucharon los tres sonidos que han inspirado este relato: un cuesco, el chorrillo de orina y un suspiro de alivio.


Lo más interesante a reseñar fue la concatenación tan rápida, tan precisa y tan amistosa con que cada sonido seguía a otro. Primero el pedo, agudo, moderadamente breve, sucintamente audible; en seguida, en apenas un mili segundo, ese chorro fluyendo, aguantado a presión un tiempo, logrando la libertad mientras rugía con dulzura. Y acto seguido, sin pausa, como punto final de una gran sinfonía, un suspiro de alivio. Qué rapidez. Que sintonía. Qué ritmo. Qué cadencia tan única y maravillosa. Era la naturaleza humana misma hecha armonía acústica. El micro y macro Cosmos en un trocito de cuarto de baño, con toda su complicidad y su complejidad ¿Para qué más?


Nunca había percibido un cuesco femenino en esa tesitura, solo el chorrillo de orina. Es cierto, hay una mujer en la parte administrativa, gruesa, que cuando abre su meato urinario es como si estuvieras frente a las cataratas del Niágara. Ya estoy acostumbrado a ese sonido, y es muy familiar. Incluso sé imitarlo muy bien a la hora del café. Pero la indisolubilidad cuesco-chorrillo- suspiro me cogió desprevenido, me causó sorpresa e incluso me aportó motivos para reflexionar.


¿Reflexionar sobre el trinomio cuesco chorrillo suspiro? Pues sí, lo hice. Me puse a divagar sobre las combinaciones fermosas de sonidos que hay a lo largo y ancho del mundo, y me quedé un tiempo varado en el campo de la música. Hace tiempo, leyendo un compendio de breves biografías sobre músicos prestigiosos, en una de ellas, el Maestro de turno relataba que hay determinadas notas que siguen a unas y no a otras, por cuestiones estrictamente musicales, propias del peculiar mundillo de la música. Cuando lo leí en su momento, a mí, que soy compositor amateur de canciones pop rock, y además de los malos, esta idea me sirvió para futuras composiciones, de tal manera que me fijaba en una composición determinada, analizaba sus notas, y para crear yo una canción, simplemente alteraba el orden de las notas o acordes. Y funcionaba, dado que eran notas compatibles entre sí, armonizaban entre ellas como claramente desarmonizaban entre otras. Es como si tras un re colocas un la, y luego un si menor; son notas que se llaman entre sí, y atraen entre sí, no se repelen, las coloques en el orden que sea. Pues bien, aplicada esta idea al trinomio cuesco chorrillo suspiro, encuentro claros paralelismos entre lo dicho de las notas y el trinomio referido. Hay una clara armonía y sintonía entre esos tres sonidos, como si fueran tres notas bien colocadas en una canción; son sonidos amistosos entre sí, que simpatizan unos con otros, y que cuando uno termina, inmediatamente piensa en el otro. Lo que no tengo tan claro es si se le podría alterar la secuencia y el orden como hago yo para componer canciones; es decir, primero un chorrillo, luego un suspiro, y para terminar, un pedo. Igual también queda bien, pero la secuencia que yo tuve el placer de disfrutar creo que es la más bella, la más lógica y la más natural de todas las posibles.


Si seguimos ahondando en la cuestión, hemos de destacar la participación de los instrumentos musicales protagonistas, los artífices de este bello sonar: tres zonas anatómicas diferentes. La entrada y la salida del tubo digestivo (boca y ano, ahí es nada), y la zona genito urinaria. Vuelve la naturaleza a manifestarse en todo su esplendor, pues son zonas corporales polifacéticas, presentan muchas utilidades en los más diferentes contextos; además, son claramente erógenas: la zona genital, la zona anal, y la boca; a más a más, muestra el cuerpo humano mediante una versatilidad funcional que realmente maravillaría incluso al más versado en versículos esfinterianos repletos de anárquicos versos libres.


¿Quién sería esa compañera? Intenté esperarla en el pasillo tras la puerta, e incluso aplaudir su faena, de rodillas. Me dio corte, pero quise averiguar a quién correspondía tan bella melodía haciendo como que tardaba mucho en abrir mi puerta, justo enfrente. Pero la compi no salía. Pensé que al finalizar yo con mis esfínteres, y marcharme (llave, puerta abriéndose y cerrándose), ella se dio cuenta de que había un hombre en los lavabos que había escuchado -gozosamente- su ventosidad, y le debió dar apuro. Así que ella estaba esperando unos minutos para salir sin vergüenza.


Como mis dominios físicos están ubicados justo delante de los lavabos, me metí en mi despachillo, haciendo un ruido propio como si cerrara del todo la puerta, para, sigilosamente, dejarla medio abierta a continuación. Ella seguía sin salir, avergonzada. Solo cuando la engañé con mi paradiña con la puerta (no cerré del todo, como digo, para pillarla), se aventuró a dar la cara.


Salió con disimulo, recelando. Enseguida, enfiló el pasillo con la cabeza gacha y pasos acelerados, más acelerados en cuanto se percató de que mi puerta estaba medio abierta; yo bien enfoscado detrás de la misma. En cuanto pude, salí para el pasillo sabedor de que ella me mostraría la espalda. La vislumbré con todo el sigilo que tuve a mi alcance, pero ella debió sentir mi mirada (de admiración) sobre su persona, volviendo su cabeza hacia atrás, donde yo estaba. Nuestras miradas se encontraron, y en la suya, vislumbré pudor y algo de cabreo. En la mía, solo admiración, de verdad. ¡Hola!, me dijo. ¡Hola!, le dije. Dobló la esquina hacia la derecha y desapareció.


En un primer momento, no me esperaba que la autora de la melodía matutina fuera quien resultó ser. Era una cuasi compañera, administrativa, no la del megachorro; era una chica de unos cuarenta y pocos años, retraída y con un deje de elegancia y de abandono mezclados, a la que me dirijo en muy pocas ocasiones. ¡Qué descubrimiento! Las administrativas también se peen, pensé, y orinan, y suspiran. Ella sabe que yo he escuchado semejante sinfonía ano-urino-bucal, y lejos de hacerla sentir culpable con mi mal disimulada curiosidad, me gustaría que supiera que las cosas más naturales e instintivas pueden llegar a alcanzar el grado de belleza suficiente como para considerar su acción propia del Arte; en lo que a estética acústica se refiere, el triple sonido de mi semi compañera realza la sorprendente sincronización de los movimientos internos corporales en sus diferentes aparatos y órganos, incluida la mente, pues el suspiro del epílogo supuso una suerte de acto inconsciente donde en el cerebro se hizo patente el placer, el alivio, consecuente a los dos primeros sonidos. La naturaleza es sabia.


Desde este episodio, he notado como mi cuasi compañera viene menos a orinar a mi zona. Supongo acudirá al servicio del personal no laboral. De vez en cuando me cruzo con ella en los pasillos, e incluso me veo más tentado a preguntarle directamente por cuestiones administrativas. Me esquiva la mirada, pudorosa, y no veo por qué. Cualquier día voy a hablarle claro, a confesar que escuché lo que escuché, y que me pareció fabuloso, singularmente épico, característico de lo más instintivo de nuestro ser, común a la naturaleza humana, y sugerente de un equilibrio interno colosal, circuitos cerebrales incluidos. Cualquier día me lanzo y se lo comento.


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