12 Aug
12Aug

Durante mucho tiempo.

El otro día fue mi cumpleaños. No me gustan, ni los míos ni los de otros seres humanos; no me siento cómodo en las celebraciones, particularmente en las que yo soy el protagonista. Me acojonan los años que voy acumulando e incluso los que acumula mi gente. Pero sí me gustan los regalos, no lo puedo evitar; soy una persona inmadura en muchos aspectos, fundamentalmente cuando me toca recibir regalos. Eso sí, intento ser discreto en la solicitud disimulada de mi deseo, de mi anhelo, y me creo muy sibilino y hábil lanzando mensajes en clave las semanas anteriores. Un carajo muy gordo para mí. Pero muy gordo.


Los que me conocen, saben que hay listas negras que se deben respetar, por supuesto, apareciendo en ese listado desde bañadores hawaianos, a música salsa y atrocidades derivadas, pasando por camisas de manga corta o las famosas guayaberas. Una lista negra nada complicada ni caprichosa. Facilita. Normalmente no suele haber sorpresas, pues soy más simple que un botijo. Pero este año se ha jodido la maquinaria estratégica sobre la que he alardeado en el párrafo anterior, y el objeto regalado, sin aparecer en la lista negra citada, supuso una suerte de producto estrafalario que podría estar en una lista absurda, transparente, insondable, alegal, estúpida, irracional, incongruente, desatinada. Una lista que aún no siendo negra, no se debería utilizar en la vida. Harry el sucio nunca lo haría. 


Me he llevado semanas hablando ampliamente sobre la biografía de Woody Allen en todos los ambientes donde sabía que mi mensaje podía ser recepcionado por los regaladores. Y el libro de Woody por aquí, y el libro de Woody por allá, y la crítica dice esto y lo otro, y el #metoo para arriba y el #metoo para abajo, y en la radio escuché al doblador de sus pelis en español, que le ha puesto su voz al audiolibro...No paraba de hablar de Woody. Y sus pelis. Y sus series...Un carajo muy gordo para mí. Pero muy gordo.


Estábamos reunidos esa noche límpida de julio, en torno a mi persona cumpleañera, y me las prometía muy felices, saboreaba ya prácticamente el libro de Allen, estaba palpando virtualmente su portada negra, tan convencido estaba de mis habilidades en mensajes encriptados que coloqué hasta en grupos de whatsapp. La noche transcurría entre ágapes sabrosones, conversaciones agilizadas por el alcohol, risas y momentos jocosos...Todo iba bien hasta que llegaron los postres. Hasta antes de la tarta, vaya, porque la ocurrencia este año consistía entregar el regalo antes de la tarta.(#Menoentender). Yo incluso tenía preparado un discursito alleniano que versaba sobre las películas más populares de Allen, su neurosis archiconocida, y su apetencia por el jazz. Un carajo muy gordo para mí. Pero muy gordo.

Me entregaron una caja que arropaba claramente un libro. ¿Qué habrá?¿Qué habrá?, canturreaba irónico yo, como si compartiera con mis invitados una complicidad sobre el contenido de la caja, sobre la ausencia de secreto. Abrí la cajita, que efectivamente contenía un libro, pero con una cubierta blanca. No concordaba con la cubierta de la biografía del neoyorquino, oscura. Saqué el libro, y leí el título: Búnker. Memorias de encierro, rimas y tiburones blancos. El autor era un tal Toteking. ¿Quién coño es este tío?, pregunté algo alarmado. Yo estaba embobado ante el regalo, y escuché que alguien preguntó extrañado, gritando: ¿¡No sabes quién es ToteKing?! Pues no, la verdad, contesté anonadado. ¡Un rapero!, empezaron a responder de manera condescendiente los más cercanos. Un rapero. #tócateloshuevos.


De repente, tres o cuatro cuarentones largos se levantaron y al unísono empezaron a rapear, cantando como si estuvieran estreñidos frases que no alcanzaba a discernir. ¿Es español?, requerí al no entender lo que cantaban (?). Miradas asesinas se cernían sobre mí. Parece ser que sí es español, pensé mientras los espontáneos rapeadores volvían a sentarse descojonándose por su mini actuación, ante la cual, todo hay que decir, la mayoría de los presentes mostró un desinterés llamativo. ¿A quién coño se le habrá ocurrido?


Que yo me aclare. Gente cuarentona que acude a un cumpleaños de un cuarentón, que se conocen desde el Pleistoceno, entienden que el cuarentón que cumple los años, que nunca ha hablado en su vida de rap, ni escuchado rap, ni cantado rap, ni ha acudido a conciertos de rap, ni colgado en su habitación algún póster de rap, entienden como digo, que ese cuarentón, o sea yo, debe recibir como regalo la biografía de un rapero. #peromuygordo.


¿Es que no te gusta?, me pregunta la esposa de un amigo. Es que no conozco al pollo en cuestión, respondo. ¡Pero si el prólogo es de Vila- Matas!, me riñe el que empiezo a colocar como ideólogo principal. ¿Y por eso me tiene que gustar?, le inquiero sorprendido. ¡Creía que era el de Woody Allen, mamones!, exclamo al cielo de julio, pero nadie parece escucharme. Empezaron a continuación, algunos de los comensales, a hablar sobre el libro, observando yo que el presunto ideólogo tomaba la voz cantante en el debate, soportando algunas críticas que tímidamente el tipo de mi derecha, con tarta en la boca, había dejado sobre el tapete. El ideólogo. Te cogí, cabrón, ya conozco tu perfil. Yo me encargo de tu próximo cumpleaños, no te preocupes. Me di cuenta entonces de algo que ya me inspiró para otro escrito (Los Amigos de Joyce). Este colega es un intelectualoide modernete que es feliz creyéndose influyente sobre sus allegados en todo lo concerniente a música, series y libros, y yo no he sido nunca discípulo ni acólito suyo en este terreno, recordando que siempre me ha querido proselitizar. #stopinfluencers


El ideólogo hablaba y hablaba sobre las bondades del autor, sobre lo original del libro y las razones por las que una persona debiera leerlo. De vez en cuando algún insensato no compartía sus pareceres, y él, adoptaba una pose de animal herido y autovictimizándose, abandonaba la tarea propia de un debate entre adultos, es decir, evitaba contra argumentar.(#Mandahuevos). Dos o tres ceporros, también con tarta entre sus colmillos, se acercaron para asegurarme que me iba a encantar, que el libro se estaba vendiendo muy bien. Otros me miraban descojonándose de mí; eran los más díscolos a las influencias del ideólogo, con gustos netamente opuestos. Les devolví la sonrisa, esta vez, con verdadera complicidad. #meneither.


Leí el libro, e incluso lo empecé esa misma madrugada. Muy pocas cosas resisten un examen a las tres de la madrugada, que diría Vilnius. No está mal, la verdad, pero desde luego, no pasa de un 5 ramplón. Se puede leer y punto. Tiene cosas curiosas, como  cuando realza lo que tienes que luchar para destacar en este caso en el rap, en una ciudad particular donde lo clásico y lo rancio inundan el ambiente; algunas cuestiones familiares y personales también resultan interesantes,  pero me da a mí que el libro es una táctica de merchandising con buenas intenciones y poco más. Supongo que lo deben disfrutar más los seguidores del rapero, porque yo sigo añorando la biografía de Woody. 


Lo que más me emocionó de toda esta historia fue el aspecto contradictorio que mi mesilla de noche ofrecía, como si de un peculiar oximoron  viviente se tratara. Y ello era así porque también estaba leyendo en esa época una biografía de Rilke, estando ocupada mi mesita  nocturna por los dos textos: el del poeta y el del rapero. Y la visión conjunta de Rilke y Toteking resultaba embriagadora, perturbadora. ¿Cómo han podido llegar a ocupar el mismo espacio físico estas dos personas? Un rapero sevillano nacido en el siglo XX  y un poeta de Praga nacido en el XIX. ¿Qué tienen en común? Me pasaba mis minutos contemplando tan exclusiva panorámica. ¿Qué pensaría Rilke del rap de Tote? ¿Y Tote, qué piensa de Rainer? 

A Rainer, desde luego, Sevilla no le gustó nada ("la alegría oculta la muerte"), y por lo poco que sé, no encontró inspiración para ninguna de sus obras en la mariana ciudad sureña salvo unos versos del seductor Miguel de Mañara (¿Y qué es el morir? Dejarnos las pasiones. Luego es el vivir una larga muerte: Luego es el morir una dulce vida). No sé si Tote ha estado en Praga rapeando, y si fuera afirmativa esta cuestión,  si le defraudó la ciudad y si tampoco pudo componer nada. De conocer a Tote, le sugeriría modestamente que sacara un disco rapeando los versos de Rilke. ¿Cómo sonaría?

(Pfu, pfu, pfu pfu pfú)

...si tú no vienes

serpentea mi camino hacia el fin.

Sólo te anhelo a ti.

O al revés, Rilke rapeando versos de Tote:

¿Dónde está mi ego cuando necesito de él?
¿Donde está la nueva droga que me sienta bien?
Soy de esa generación que ya nació sin fe
Que vivimos enfadaos y no sabemos por qué.

Y yo, humildemente, añadiría con ritmo de rap, parafraseando un texto de Vila- Matas:

A las tres en punto de la madrugada un paquete olvidado
tiene la misma trágica importancia que una sentencia de muerte.


Ojalá un día alguien me contara que Rainer Mari, en sus paseos hispalenses,  de tanto buscar musas, hubiera conocido a una dulcinea sevillana de ojos azabache ante la que la pasión se hubiera desatado hasta el punto de que la descendencia Rilkeana mostrara una realidad en Sevilla.  Y desde ese vástago inicial,  a través de las venideras generaciones, una muchacha con sangre de Rainer Mari, se enamorara del rapero Tote en el siglo XXI, cerrando un gran círculo temporal distópico. Nunca se sabe.

No me gusta el rap, y no voy a salir ahora de un armario musical vestido como el príncipe de Bel Air. No soy Dee Dee Ramone. No estuvo mal la fiestecilla del cumple, y siendo pragmático, me va a servir para cumplimentar dos firmes propósitos de ahora en adelante: el primero, es que nada de mensajes sibilinos en lo que a deseos se refiere, y el segundo y no menos importante,  es que yo me encargaré personalmente del regalo del ideólogo en su siguiente cumpleaños. Mira por dónde, me comunican por el pinganillo que odia a Woody Allen. #ojoporojo.


https://www.youtube.com/watch?v=w_zg9-SnNDc


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